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viernes, 24 de mayo de 2024

¿Por qué mi blog se llama "Vida y Vino"?

 

*verano  de 1995* 

Así estaba yo, sentada en el malecón frente al mar que se perdía en el horizonte lejano, pensando en mi futura vida y que pronto acabarían aquellos maravillosos días de verano llenos de risas, viajes y vinos, muchos vinos. El otoño se acercaba y había que ir orquestando qué hacer porque del aire no podía vivir y mi intención era clara: seguir trabajando y viajando, cambiar de lugar e independizarme ya. Todo a la vez, lo antes posible.

Y allí, ante aquel mar cantábrico tranquilo e inusual me mimeticé con él. Me di cuenta de que mis estudios y mi pasión podían aliarse para trabajar en un mundo al que me había acercado tímidamente hacía unos años, como simple aficionada, acudiendo a catas de vino dirigidas. En aquellas jornadas escuchaba atentamente y anotaba todas las descripciones de colores, aromas, sabores e informaciones que daba el enólogo sin saber conscientemente que estaba dejando en mí una profunda huella, mientras pensaba “¡Qué barbaridad, cuánta creatividad!"

Así que un día, ya de regreso a casa después del verano comencé a escribir a numerosas bodegas para enviar mi curriculum explicando que había estudiado en el extranjero, que hablaba idiomas con fluidez, que ostentaba títulos de marketing, comercio exterior, un MBA y hasta alguno de cata de vinos. Mis cartas de presentación rebosaban pasión, entusiasmo, juventud y algo de experiencia profesional: una combinación espléndida para salir al extranjero a vender vino español y por aquellos años inusual en una chica joven como era yo.

No pasó mucho tiempo cuando comencé a recibir algunas ofertas para hacer entrevistas en persona o telefónicas desde la oficina de mi padre, donde tenía un pequeño despacho que me servía de lugar de estudio y trabajo mientras encauzaba, de nuevo, mi vida profesional en aquellos duros años 90 de crisis económica. En este pequeño “despacho” había estudiado la carrera de marketing en los años 80, tras regresar de cursar el Senior Year en Estados Unidos, y ahora me servía de lugar de trabajo para buscar trabajo, valga la redundancia.

Con mi ordenador Amstrad e impresora matricial que repiqueteaba sobre las hojas en blanco contaba todo lo que podía ofrecer  a las bodegas para representar, promocionar y vender vino español por todo el mundo. Cada envío era un arduo y costoso trabajo porque cada carta era personalizada y requería de sobres y sellos acorde al destino. El ritual de ir a correos cada semana a echar tanto sobre resultaba casi una liturgia o una quiniela, según se mirara.

Tanto apostar a las quinielas ganadoras surtió efecto y una mañana estando en la oficina descolgué el auricular del teléfono fijo para marcar el número de contacto que tenía y salir de dudas, saber si era la seleccionada tras la entrevista en persona que había realizado una semana antes.  El interlocutor, que sería mi jefe durante varios años, me dijo que el puesto era mío y que me esperaba en unos días para incorporarme ya, sin esperas. Nueva ciudad, nuevo trabajo, nueva gente, nueva casa. Esa llamada, de alguna manera, cambió mi vida para siempre.

feria en Japón, 1997
Colgué el teléfono y creo recordar que di un grito matizado de alegría. 

Eso sí, mis ojos, corazón y entrañas inundados de emoción hablaban por sí solos porque aquella sensación nunca la olvidaré. 

La “enoaventura” estaba a punto de comenzar. El MUNDO, la VIDA y el VINO me esperaban ansiosos por descubrirles tanto como yo a ellos. 

Me sentí la mujer más afortunada sobre la Tierra. 
Era genial para ser verdad. 
Y lo era. 
Era diciembre de 1995...