domingo, 28 de marzo de 2021

Todo comenzó en La Rioja. In memoriam


en 2018 con mi padre
“Qué tal estás hoy? le preguntaba cogiéndole de la mano. El siempre sonriente y risueño me respondía: ¡Fantástico, muy bien, de primera!”. 

De niño tuvo la suerte de nacer en lo que él siempre llamó el paraíso y decía que Dios lo había creado allí, en su pueblo San Adrián, "en la ribera navarra la mejor huerta del mundo". Huerta que siempre disfrutó él y todo su entorno más cercano. ¡Era un regalo de la Naturaleza que nos ponía en bandeja!

Hijo de la postguerra civil en España, lo tuvo más fácil que otros niños porque siendo el mayor de tres hermanos fue enviado interno a los Escolapios de Logroño donde cursó todos los años hasta el bachillerato, en la década de los 40. Durante aquellos duros años de estudios y disciplina de curas aprendió que el esfuerzo, el trabajo, la amistad y el compañerismo se forjan día a día. Por eso, cuando recibía su maleta semanal con comida y algún utensilio, la guardaba como oro en paño para administrar ese pan y embutido, que a veces compartía con algún compañero y que les ayudaba a complementar la precaria alimentación de los curas a pesar de comer lentejas (cargadas de gorgojos y que debían retirar en el borde del plato formando una corona alrededor). La comida de la maleta era, además, energía extra para jugar al futbol y a pala, su deporte favorito que siempre practicó  con éxito hasta bien pasados los años.

Como “niño de matrícula”  era estudioso, meticuloso y trabajador, le encantaban los números, las máquinas y las matemáticas se le daban muy bien. Sus notas eran excelentes, de sobresalientes porque dedicaban mucho tiempo al estudio en el internado y él lo aprovechaba con gran solvencia. Fue entonces cuando decidió que quería estudiar ingeniería industrial y para ello debía prepararse muy bien para pasar el exigente examen de reválida de aquellas épocas y lo consiguió, ¡claro que lo consiguió! Entró en la Facultad de Ingeniería en Madrid. Aquellos años 50 fueron excepcionales, de mucho estudio y también de muchas fiestas y salidas con amigos y como no de viajes a Logroño para verse con sus grandes amigos de la infancia y la adolescencia.

En aquellos viajes a Logroño solía cruzar el Espolón para encontrase con sus amigos en la zona de Portales, cerca de la iglesia de Santa María la Redonda, y acudir a la calle Laurel para disfrutar de unos vinos y comer como era debido, antes de ir a la bolera a bailar y pasarlo bien. Como buen navarro, le gustaba la buena mesa, las verduras recién recolectadas y frescas cocinadas en el momento justo, una buena carne a la brasa en su punto, todo ello acompañado por excelentes vinos riojanos, como no podía ser de otra manera y para terminar con un suave y dulce postre casero. Reencontrase en El Cachetero con sus amigos, en cada visita a Logroño, era uno de esos rituales que le alegraban el espíritu y le hacían sentirse muy bien.

En uno de esos días calurosos de verano, acudiendo a la cita con sus amigos, se cruzó con una chica de pelo negro corto ondulado vestida con una falda azul turquesa de gasa y una camisa del mismo color que realzaba su piel morena. El continuó su camino para no llegar tarde a la comida y disfrutar del día que tenía por delante recordando sus andanzas por el colegio con los compañeros y contándoles las novedades que acontecían en Madrid, sus salidas por los sitios de moda con sus nuevos amigos y compañeros de clase  y las corridas de toros a las que en alguna ocasión acudía.... y  contaban que frecuentaba Ava Gadner rodeada de gran expectación y comentarios.

La comida aquel día se alargó más de la cuenta y la sobremesa se convirtió en sesión continua para acudir directamente a la bolera, pues siendo un sábado de principios de verano, el buen ambiente y la animación estaban asegurados.

Llegaron a la Bolera, un espacio de ocio que se había abierto hacía poco y disponía, además de bolera, de una pista de baile al aire libre donde los jóvenes acudían a bailar los sones que la orquesta de moda tocaba para disfrute de los asistentes, mientras otros permanecían sentados en las mesas, ubicadas alrededor de la pista, observando cómo las  parejas bailaban el “agarrao”. En aquella época todavía no se bailaba suelto en España dando brincos pero estaban en ello y empezaban a soltarse las parejas de baile para dar rienda suelta al ritmo trepidante de esas melodías desenfrenadas venidas del extranjero y que invitaban a desmelenarse. Unos eran más lanzados que otros.

El navarrico, muy dicharachero y bailarín él se dio cuenta de que al fondo, donde estaba la pista de baile, se encontraba la chica morena que había visto fugazmente por la mañana al acudir a la comida con sus amigos. Ella estaba sentada en una de las mesas charlando animadamente con dos amigas. Por sus gestos y risas lo debían estar pasando en grande.

No se lo pensó mucho, sonrió levemente y caminó hacia el fondo. La distancia que separaba el bar de la pista de baile le daba el suficiente tiempo para pensar lo que podía decirle a aquella morena tan guapa que por la mañana le había deslumbrado con sus andares arropados por una gasa azul turquesa. Para la noche ella había elegido un vestido blanco, reluciente, de algodón brocado, entallado a la cintura y de manguita corta que dejaba ver sus brazos morenos como el chocolate con leche.

Julia y Gabino el día que se
conocieron en la bolera 
“Hola, me llamo Gabino ¿quieres bailar conmigo? Ella alzó la mirada algo sorprendida, observó a sus amigas, volvió a alzar la mirada, le sonrió mostrando una dentadura perfecta, tan radiante como su vestido blanco, que combinaba con las perlas solitarias de  sus orejas. “Sí, me apetece. Me llamo Julia”. Se levantó y fueron a bailar. El la sujetó con fuerte  determinación con ambas manos........... para no dejarla marchar jamás.

Más de cinco décadas después, era ella quien cada tarde le sujetaba firmemente con sus manos, ya gastadas, el vaso de zumo de melocotón, mientras él lo degustaba como si fuera uno de esos Grandes Vinos de Rioja que tanto disfrutó con nosotras, su familia, sus amigos y yo, en especial, que tanto aprendí a apreciar y amar.


EN RECUERDO DE JOSÉ GABINO, MI PADRE
San Adrián (Navarra) 05.03.1931
Zaragoza 27.03.2020